ESPECIALISTAS EN MEDIOS S.A. DE C.V.
El virus de las ratas.
miércoles, 27 de mayo de 2009
AUTOR: Alejandro Gertz Manero GENERO: Articulo
FUENTE: El Universal PÁGINA: 25
COSTO: $27,964.00
Versión.

La renombrada intelectual y escritora Ayn Rand señaló hace algunos años:

"Cuando advierta que para producir necesita obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebe que el dinero fluye hacia quienes trafican no bienes, sino favores; cuando perciba que muchos se hacen ricos por el soborno y por la influencia más que por el trabajo, y que las leyes no lo protegen contra ellos, sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra usted; cuando repare en que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un autosacrificio, entonces podrá afirmar, sin temor a equivocarse, que su sociedad está condenada".

Por las razones mencionadas, debemos recordar que la única y auténtica epidemia permanente que ha sufrido este país desde tiempo inmemorial ha sido la cleptomanía política, que ha formado parte integral de la vida pública nacional, permeando con sus nocivos efectos a toda la comunidad incluyendo al ámbito privado empresarial, sin que exista territorio inmune a esta compulsión irrefrenable por el robo en todas sus advocaciones.

Lo anterior se comprueba con las estadísticas criminológicas (ICESI, 2004) que nos indican que el delito de robo en todas sus variantes ocupa 90% del espectro delictivo del país, alcanzando una cantidad cercana a 8 millones de ilícitos anualmente, de los cuales a su vez 90% de ellos no llega a un valor de 8 mil pesos en cada caso y sus víctimas se ubican en los niveles económicos más desprotegidos.

Esta avalancha de latrocinios en el territorio nacional es incontenible, frente a un sistema policiaco y de prevención cuya prioridad es despojar al prójimo, creando así esta inmensa pandemia de cleptómanos cuyo lema es "robaos los unos a los otros", y aquel que no le entre a ese "juego que todos jugamos" se convierte automáticamente en un espécimen sospechoso y extraño que debe ser observado y aislado para que no contagie con su virus abominable de la honestidad.

La cadena interminable de cínicos y de rateros remonta al arcano mexicano, en donde los tlatoanis explotaban hasta el despojo y la muerte a su comunidad, para pasar por la Colonia que magnificó y explotó ese fenómeno de corrupción y latrocinio denominándolo el "unto", que era la grasa que lubricaba las actividades públicas y privadas, lo cual se refrendó en el asalto interminable que ejercieron conservadores y liberales en el siglo XIX, para dar lugar al despojo despiadado de los "rotos" y los "catrines" porfiristas, que a su vez le abrieron las puertas a los voraces caciques "robolucionarios" que dieron a luz a sus "cachorros" insaciables, que parieron a los globalizadores y neoliberales del trinquete modernizador, que ahora, en sus confesiones culpígenas y seniles, nos ratifican y puntualizan el asalto que todos sabíamos que han ejercido, pero que no habíamos tenido oportunidad de constatarlo con la plenitud de sus patéticas confesiones.

En esta "república de las ratas", la inmensa mayoría de quienes han tenido algo de poder saquean y esquilman a esta nación victimada, hasta llevarnos al momento actual en el que el dispendio corrupto de la riqueza petrolera nos dejó con una mano adelante y otra atrás, mientras los grandes contratistas abusivos, los dueños de las concesiones opresivas, más toda la fauna de roedores en sus distintos niveles y denominaciones han arrastrado al país a la postración económica que hoy señala con dedo flamígero el secretario general de la OCDE, quien, por cierto, no se atrevió a identificar al atajo de ladrones e irresponsables que nos condujeron a esta tragedia, a los cuales él seguramente conoce por nombre y apellido desde que dirigía las finanzas del país.

Esos artífices del Fobaproa, del despojo despiadado en la privatización, del financiamiento fraudulento, del derroche ilimitado, en esa feria de latrocinio y corrupción de terciopelo y de claveles rojos, son los que ahora desgarran sus impolutas vestiduras para decirle a un pueblo inerme y maniatado que ya perdió la mayor parte de sus ahorros, su trabajo y lo poco que creía que había logrado en toda una vida, porque ellos, los inteligentes, exquisitos y delicados cleptómanos así lo dispusieron.

¿Hasta dónde tendremos que llegar en esta autodestrucción para que nuestra comunidad reaccione y se libere de su pandemia cleptómana?



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